La mejor manera de prevenir la discapacidad es evitar los accidentes, y si se producen hay que conseguir que se les brinde la atención adecuada. A veces el accidente produce un daño, pero la mala atención los puede producir peores. La prevención de estos accidentes es fundamental, pero depende de la realidad de cada lugar. Desde un modelo epidemiológico la prevención la prevención se enfocaría sobre la persona, el entorno y el agente que evalúa el accidente. Se cree que solo modificando esta cadena de eventos se pueden evitar la mayoría de los accidentes. Es por ello que es fundamental que todos los facultativos que en sus centros tienen que atender una urgencia pediátrica estén capacitados para hacerlo de la mejor forma, y además en el llamado periodo de oro, es decir, en los minutos posteriores al accidente para evitar mortalidades y morbilidades.
En esta técnica, la rapidez y seguir unos pasos básicos es esencial: liberar la vía aérea (A), facilitar la respiración (B), y controlar la circulación y sangrados (C). El método ABC, así denominado, tiene una evidencia científica incuestionable. Se sabe que de 0 a 3 años la mayoría de los accidentes ocurren en el hogar, pero a partir de esa edad son más frecuentes en la calle, y en la adolescencia ocurren en las áreas deportivas y escolares. Las lesiones más frecuentes serían los traumas osteoarticulares. En términos de gravedad, el trauma craneal lidera el grupo en la infancia, seguido de los abdominales y torácicos. En las épocas invernales, la frecuencia de quemaduras experimenta un pico en la edad pediátrica. Medidas como el uso del casco en la bici y la moto, el uso de sistemas de sujección en automóviles, cerrar ventanas, o no dejar que los niños tengan acceso a sustancias tóxicas o estén solos en el agua, son efectivas. La educación en el ámbito familiar y la promoción de la prevención en los colegios, la educación vial para adolescentes y adultos son básicos para reducir los accidentes y su impacto.
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